Antes se creía que, al igual que las olas y el sonido son ondas que necesitan un medio para transportarse (como el agua o el aire), la luz también necesitaría un medio, al que llamaban éter.
Esta era la teoría física vigente del final del siglo XIX, aunque como la velocidad de la luz es tan grande, diseñar un experimento para detectar la presencia del éter era muy difícil.
Esta teoría, sin embargo, fue abolida gracias al experimento de Michael y Morley, cuyo objetivo era medir la velocidad relativa a la que se movía la Tierra con respecto al éter.
El efecto del viento del éter sobre las ondas de luz, sería como el de la corriente de un río sobre un nadador que se mueve a favor o en contra de ella. En algunos momentos el nadador sería frenado, y en otros impulsado. Esto es lo que se creía que pasaría con la luz al llegar a la Tierra con diferentes posiciones con respecto al éter: debería llegar con diferentes velocidades.
Sin embargo, los resultados fueron negativos. No pudieron detectar las propiedades del éter, al no producirse produjo ninguna variación en la velocidad de la luz. Esto es, porque no lo había. Se intentaron dar muchas explicaciones, como que la Tierra arrastraba de alguna forma al éter, pero todas ellas resultaron incorrectas.
Esto les llevó a la necesidad de sugerir una nueva teoría válida para el resultado nulo obtenido. Esta fue la contracción de Lorentz, que más tarde desembocaría en la relatividad especial de Einstein.
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